miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pinocho Carlo Collodi

Pinocho
Carlo Collodi

XXVI
"Pinocho va con sus compañeros de escuela
a la orilla del mar para ver al terrible Tiburón.
Al día siguiente Pinocho fue a la escuela pública.



¡Imagínense a aquellos traviesos niños cuando vieron entrar en la escuela
a un muñeco! Fue una risotada que no terminaba nunca. Uno le hacía broma,
y otro, otra; uno le sacaba el gorrito de la mano, otro le tiraba de la chaqueta
por detrás; uno, con tinta, intentaba pintarle dos grandes bigotes debajo de la
nariz, y otro trataba de atarle unos hilos a los pies y a las manos para hacerlo
bailar.
Durante un rato Pinocho se armó de paciencia y supo aguantar; pero
finalmente, sintiendo que se le acababa la paciencia, se dirigió hacia los que
más lo asediaban y se burlaban de él y les dijo muy serio:
—Miren, muchachos, no he venido aquí para ser el bufón de ustedes.
Yo respeto a los demás y pido ser respetado.




—¡Bravo! ¡Has hablado como un libro! —gritaron aquellos bribones
riendo como locos; y uno de ellos, más impertinente que los otros, alargó la
mano con la idea de tomar al muñeco por la punta de la nariz.
Pero no consiguió hacerlo, porque Pinocho estiró la pierna por debajo
de la mesa y le dio una patada en las canillas.
—¡Oh! ¡Qué pies duros! —gritó el niño restregándose el moretón que
le había hecho el muñeco.
—¡Y qué codos!.... ¡Son más duros que los pies! —dijo otro que por sus
bromas pesadas se había ganado un codazo en el estómago.
El hecho es que después de aquella patada y de aquel codazo Pinocho se
ganó la estima y la simpatía de todos los niños de la escuela; y todos le hacían
mil caricias y todos lo querían muchísimo.
También el maestro estaba satisfecho con él, porque lo veía atento, estudioso,
inteligente, y porque era siempre el primero en entrar en la escuela y
siempre el último en retirarse cuando acababan las clases.
El único defecto que tenía era el de frecuentar a demasiados compañeros;
y entre éstos había muchos pillos, muy conocidos por sus pocas ganas de
estudiar y portarse bien.


El maestro se lo advertía todos los días, y tampoco la buena Hada dejaba
de decirle y repetirle muchas veces:
—¡Cuidado, Pinocho! Antes o después esos compañeros tuyos de la
escuela terminarán por hacerte perder el amor al estudio, y, quizá, por ocasionarte
alguna gran desgracia.
—¡No hay peligro! —respondía el muñeco, encogiéndose de hombros
y tocándose la frente con el dedo, como diciendo: “¡Hay mucho juicio aquí
dentro!”
Pero sucedió que un día, mientras caminaba hacia la escuela, encontró
un grupo de estos compañeros, que yendo a su encuentro le dijeron:
—¿Sabes la gran noticia?
—No.
—Ha llegado al mar un Tiburón grande como una montaña.
—¿De verdad?... ¿Será el mismo Tiburón de cuando se ahogó mi pobre
papá?
—Nosotros vamos a la playa a verlo. ¿Vienes también?
—No. Debo ir a la escuela.
—¿Qué importa la escuela? A la escuela iremos mañana. Con una lección
más o menos, seguiremos siendo los mismos burros.
—¿Y qué dirá el maestro?
—Que diga lo que quiera. Le pagan para que esté gruñendo todo el
día.
—¿Y mi madre?
—Las madres nunca saben nada —respondieron aquellos maleantes.
—¿Saben lo que voy a hacer? —dijo Pinocho—. Al Tiburón quiero
verlo por varios motivos... pero iré a verlo después de la escuela.
—¡Pobre tonto! —exclamó uno de la pandilla—. ¿Crees que un pez de
ese tamaño va a estar allí, esperándote? Apenas se haya aburrido, se irá a otra
parte, y entonces si te he visto no me acuerdo.




—¿Cuánto se tarda de aquí a la playa? —preguntó el muñeco.
—En una hora podemos ir y volver.
—¡Vamos, entonces! ¡El último tiene cola de perro! —gritó Pinocho.
Dada la señal de partida, aquella pandilla de burros, con sus libros y
cuadernos bajo el brazo, se pusieron a correr a través de los campos; y Pinocho
iba siempre adelante; parecía que tenía alas en los pies.
De tanto en tanto, volviéndose para mirar atrás, se burlaba de sus compañeros,
que habían quedado a una distancia considerable, y al verlos sin
aliento, jadeantes, llenos de polvo y con la lengua afuera, se reía de buena
gana. ¡El infeliz, en aquel momento, no sabía cuántos temores y qué horribles
desgracias lo esperaban!"



Carlo Collodi era el seudónimo del escritor y periodista italiano Carlo Lorenzini, creador del famosísimo libro de literatura infantil, Pinocho.Nació en Florencia, Italia, el 24 de noviembre de 1826.Fue fundador de varios periódicos y se dedicó, desde 1877, a la creación literaria infantil, escribiendo series de cuentos educativos sobre Gianettino (Juanito) y el célebre cuento Pinocho que se pudo leer por primera vez en 1881 con el título: Historia de un muñeco (Storia di un burattino)En 1883 se publicaron Las aventuras de Pinocho, volumen que reunía las series del muñeco. Carlo Collodi fue pionero en escribir para los niños, pensando en sus gustos, en enseñarles y en entretenerlos.

miércoles, 16 de julio de 2008

Luces del Norte Philip Pullman o La brujula Dorada

"En este espantoso abismo
matriz de la naturaleza y tal vez tumba
no de mar, ni tierra, ni aire, ni fuego,
sino de todos juntos en sus fecundadoras causas
confusamente mezclados, y al que debe conbatirse siempre
a menos que aquel que todo lo hacey puede, ordene
sus oscuras materias y cree mas mundos
en este espantoso abismo, el cauteloso demonio
se detuvo al borde del infierno y miro un momento,
considerando su viaje..."

John Milton
El paraiso perdido, libro II


" Lyra y su daimonion atravesaron el comedor, cuya luz se iba atenuando por momentos, procurando mantenerse a un lado del mismo, fuera del campo de visión de la cocina. Ya estaban puestas las tres grandes mesas que lo recorrían en toda su longitud, la plata y el cristal destellaban pese a la poca luz y los largos bancos habían sido retirados un poco con el fin de recibir a los comensales. La oscuridad dejaba entrever los retratos de antiguos rectores colgados de las paredes. Lyra se acercó al estrado y, volviéndose para observar la puerta abierta de la cocina, como no viera a nadie, subió a él y se acercó a la mesa principal, la más alta. El servicio en ella era de oro, no de plata, y los catorce asientos no eran bancos de roble sino sillones de caoba con cojines de terciopelo.
Lyra se detuvo junto a la silla del rector y dio un suave golpecito con la uña en la gran copa de cristal. La vibración resonó en todo el comedor.
—Un poco de seriedad —le murmuró su daimonion—. A ver si sabes comportarte.
El nombre de su daimonion era Pantalaimon y normalmente tenía la forma de una mariposa nocturna, una mariposa de color marrón oscuro, a fin de pasar inadvertido en la penumbra del salón.
—Hay mucho ruido para que puedan oírnos en la cocina —le respondió Lyra en un murmullo—. Y el camarero no vendrá hasta el primer campanillazo. ¡Deja ya de darme la lata!
Volvió, pues, a poner la palma de la mano sobre el resonante cristal mientras Pantalaimon se alejaba revoloteando y desaparecía por la puerta entreabierta del salón reservado, situado al otro extremo del estrado. Al poco rato apareció de nuevo.
—No hay nadie —musitó—, pero tenemos que darnos prisa.
Agachándose detrás de la mesa principal, Lyra se lanzó como un dardo a la puerta del salón reservado y, ya allí, se paró a echar un vistazo alrededor. La única luz de la estancia era la procedente de la chimenea, cuyos troncos fulguraron con vivo resplandor mientras los miraba, levantando un surtidor de chispas. Aunque había pasado gran parte de su vida en el college, aquélla era la primera vez que entraba en el salón reservado: sólo tenían permiso para ello los licenciados y sus invitados, nunca las mujeres. Ni siquiera lo limpiaban las criadas, sólo el mayordomo.
Pantalaimon se posó en su hombro.
—¿Ya estás contenta? ¿Nos podemos marchar? —dijo en un murmullo.
—¡No seas tonto! ¡Lo quiero ver todo!
Era una estancia espaciosa y en ella había una mesa ovalada de bruñido palo de rosa sobre la cual estaban dispuestas varias licoreras, además de vasos y un artefacto de plata para moler tabaco, provisto de un porta pipas. En un aparador cercano había un pequeño calientaplatos y una cesta de cápsulas de adormidera.
—Se dan buena vida, ¿no te parece, Pan? —observó Lyra, conteniendo la voz.
Se sentó en una de la enormes butacas de cuero verde. Era tan inmensa que podía tumbarse en ella, pero se incorporó y se acomodó sobre las piernas para contemplar los retratos colgados en las paredes. Probablemente antiguos alumnos: todos togados, barbudos y siniestros, mirándola fijamente desde el interior de sus marcos, en actitud de solemne desaprobación.
—¿De qué estarán hablando? —dijo Lyra o, mejor dicho, empezó a decir, ya que antes de terminar la pregunta se oyeron voces al otro lado de la puerta.
—¡Detrás de la butaca! ¡Rápido! —la instó Pantalaimon.
De un salto Lyra se levantó de la butaca y se ocultó detrás. No era el mejor lugar para esconderse, ya que escogió precisamente la butaca que estaba en el centro mismo de la habitación y, a menos que no hiciera ningún ruido..."




viernes, 20 de junio de 2008

colores


Clarita

jueves, 12 de junio de 2008

El extraño caso del diamante

El señor Juan Carlos Ricachón se mudó a la ciudad de Valle de Oro, con sus grandes riquezas y el diamante más grande del mundo. Al llegar al pueblo se dio cuenta de que debía proteger sus riquezas de algún modo, por lo que contrató a Horacio de la Lupa, un detective tan inteligente como valioso el diamante que debía proteger. No había habido caso que Horacio de la Lupa no hubiese resuelto, y así se suponía que iba a ser esta vez.
Todo iba bien, hasta que una mañana lluviosa de verano, el diamante desapareció. Era el turno de Horacio; comenzó a investigar cuidadosamente. Parece que el ladrón también era muy inteligente, no había dejado ni rastro, ni huella. Nada. La policía no tardó en llegar.
_Ha sido el mayordomo- Opinaba decidido un policia.
En realidad, Horacio no estaba de acuerdo, pues tendría que ser demasiado inteligente como para no dejar rastros, pero eso era también una de las razones por las cuales Horacio sentía profundo enojo. "¿Cómo era posible que sea tan inteligente como yo?"- Se preguntaba. Horacio no se distrajo más, comenzó a buscar pistas:
_Es claro que el ladrón usaba guates-pensaba Horacio._Y...¡VAYA! Una ceniza, es la mism marca de tabaco que uso yo...El ladrón es inteligente, pero se que ha salido por la ventana, pues está abierta.
Horacio no dejaba de preguntarse, ¿Quién en el pueblo puede llegar a ser tan inteligente como yo? ¡NADIE!
Muy enojado, Horacio se la pasó todo el día encerrado en su oficina escuchando la lluvia, haciendo en papeles cuentas sin sentido y arrojándolas al cesto.. Es que estaba muy confundido, no había forma de resolver este caso, jamás se había enfrentado a un ladrón tan audáz. Horacio penso:
_La única persona capáz de robar un diamante tan valioso con tanta perfección soy yo, pero eso sería imposible...¿Verdad? Si...si...claro que sería imposib...b...¡CLARO!-
Horacio subió al auto. Se dirigía a su casa. Llegó y se dirigió a su habitación secreta. Corrió un estante, marcó su huella digital y luego una biblioteca se corrió, había una puerta, Horacio entró y se encontró con el diamante. Es que el era sonámbulo, había robado el diamante con total perfección y no podía superar su propia inteligencia. Parece que luego de eso lo había llevado a su casa, por la ventana. Horacio subió al auto y fue a entregar el diamante a Juan Carlos Ricachón y decirle a la policía que todo había sido un mal entendido.

Ana Pearson Olazabal

sábado, 24 de mayo de 2008

Tipeo con una sola mano...........Dailan Kifki

Dailan Kifki
Maria Elena Walsh






"El jueves yo salía tempranito a pasear mi malvón por la vereda, como todos los jueves, cuando al abrir la puerta ¡zápate! ¿qué es lo que vi? El zaguán bloqueado por una enorme montaña gris que no me dejaba pasar.


¿Qué hice? La empujé.. Sí, empujé la montaña y conseguí sacarla a la vereda. y allí vi, creyendo soñar, que la montaña era nada menos que un elefante. ¿Se dan cuenta? ¡Un elefante!


Ya iba a gritar pidiendo socorro cuando me fijé que el animalote tenía una enorme carta colgada de una oreja. En el sobre estaba escrito mi nombre con letras bien grandes, de modo que lo abrí, y esto era lo que decía, escuchen bien:


"Estimada señorita: Yo me llamo dailan Kifki y le ruego no se espante porque soy un elefante. Mi dueño dueño me abandona porque ya no puede darme de comer. onfía en que usted, con su buen corazón, querrá cuidarme y hacerme la sopita de avena. Soy muy trabajador y cariñoso, y, en materia de televisión, me gustan con locura lo dibujos animados".


¡Imaginense!


¿Se imaginaron?


¿Se imaginan que problema?"



SOPA DE AVENA ARROLLADA POR SI ENCUNTRAN ELEFANTES EN EL ZAGUAN

~ 2 zanahorias ralladas
~ 2 cdas. de aceite
~ 2 puerros
~ 2 hojas de apio
~ 1 cebolla chica picada
~ ¼ kg. de avena integral arrollada
Rehogar en el aceite las zanahorias, los puerros, la cebolla y el apio todo cortado en trozos pequeños. Agregar agua y dejar hervir durante 30 minutos. Incorporar la avena en forma de lluvia revolviendo continuamente para evitar grumos. Cocinar otros 15 minutos y servir bien caliente espolvoreado con queso rallado.






Dailan Kifki

Uno de mis primeros libros, de María Elena Walsh. Lo leí a los 8 años con ayuda de mi hermana Abril. Era muy divertido, se trataba sobre un elefante, y, con Abril, nos reíamos de que le gusta la sopita de avena. Pasan muchas cosas, inimaginables, como cuando Dailan Kifki se durmió en una semillita y terminó en la copa de un inmenso árbol, o cuando se internaron en el bosque de Gulubú y se encontraron con un duende. Es un libro que cuando uno lee la primer página no se puede soltar más, el libro te atrapa. Estoy segura de que a cualquier niño de 5 a 10 años le puede gustar mucho el libro, igual que a mi me gustó.

Ana Pearson.

viernes, 23 de mayo de 2008

Clarita in the sky with diamonds

"Equidistantes de los átomos y de las estrellas, estamos extendiendo nuestros horizontes exploratorios para abarcar tanto lo muy pequeño como lo muy grande."




Anoche clarita me dice:" Mami, tengo una duda; pero no se decirla, asi que la voy a dibujar"




Duda de Clarita:
¿Y yo tenía que responder a semejante duda, sin descuidar, por supuesto, la preparación de la cena, el estudio con su hermana, el telefono sonando, etc...?


¡Ohhh! Y ahora, quien podra defenderme!?



¿.........podra.........?



" Nos movemos en nuestro ambiente diario sin entender casi nada acerca del mundo. Dedicamos poco tiempo a pensar en el mecanismo que genera la luz solar que hace posible la vida, en la gravedad que nos ata a la Tierra y que de otra forma mnos lanzaría al espacio, o en los átomos de los que estamos constituidos y de cuya estabilidad dependemos de manera fundamental. Excepto los niños (que o saben lo suficiente como para no preguntar las cuestiones importantes), pocos de nosotros dedicamos tiempoa preguntarnos por qué la naturaleza es de la forma que es, de dónde surgió el cosmos, o si siempre estuvo aquí, si el tiempo correra en sentido contrario algún día y los efectos precederán a las causas, o si existen límites fundamentales acerca de lo que los humanos pueden saber. Hay incluso niños, y yo he conocido alguno, que quieren saber a que se parece un agujero negro, o cúal es el trozo más pequeño de la materia, o por qué recordamos el pasado y no el futuro, o cómo es que, si hubo caos antes, existe, aparentemente, orden hoy,y, en defiitiva, por qué hay un universo."


Eterno desencuentro
La Iglesia condenó a Galileo en el siglo XVII por defender la teoría heliocéntrica de Copérnico , que establecía que la Tierra y los demás planetas giraban en torno a un Sol estacionario, mientras que la doctrina de la Iglesia defendía que la Tierra era el centro del Universo.
Sin embargo, en 1992 el Papa Juan Pablo II firmó una declaración en la que reconocía que la Iglesia se equivocó al acusar a Galileo, y que todo fue un error motivado por una "trágica y mutua incomprensión".


Conclusión de Clarita a la teoria heliocentrica:

"Es como si hubiera un monton de conejos que tienen frio, y estan en el cielo. Y tambien hay una estufa prendida que vuela por el cielo; y los conejos vuelan alrededor de ella para calentarse..."

Si Clarita. Algo asi. ¿Le preguntamos al Papa?

Tipeo con una sola mano......Spiderwick Las Cronicas

Spiderwick Las Cronicas


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